[The glass ceiling of women researchers: the incomplete science].

Las estadı́sticas son suficientemente elocuentes: las mujeres son la mayorı́a del alumnado español, en todos los niveles educativos, desde el bachillerato hasta la finalización del doctorado, punto de inflexión en el que empieza a hacerse visible el techo de cristal que pone freno a la carrera investigadora femenina. Según estadı́sticas del Instituto de la Mujer, la proporción de estudiantes universitarias se mantiene desde hace 10 años por encima del 50% (el 54,31% en el curso 2006–2007), al igual que el número de graduadas universitarias de primer y segundo ciclos, que en 2007 representó el 60,94% del alumnado. En los estudios de tercer ciclo empieza a disminuir el porcentaje de mujeres, aunque se mantiene por encima del 50% (51,80% en 2006–2007), en una proporción que se ha incrementado a lo largo de los últimos 10 años (en el curso 1995–1996 el número de matrı́culas de mujeres en doctorado no llegó al 47,5%). No obstante, en el curso 2006–2007 sólo el 47,62% de las tesis doctorales aprobadas eran de mujeres. Según datos de 2004 del Ministerio de Ciencia e Innovación, el porcentaje de las tesis leı́das por mujeres en ese año fue del 49%. Esta tendencia se incrementa cuando las mujeres terminan su formación y se incorporan a los cuerpos docentes de las instituciones universitarias. Es notable la baja presencia de mujeres entre el profesorado universitario (tan sólo el 36,1%) y la desigualdad se hace aún más patente al dividir el profesorado por categorı́as. Según datos del curso 2005–2006, las mujeres sólo son un 13,8% del cuerpo de catedráticos de universidad. Teniendo en cuenta únicamente a las mujeres, tan sólo el 7% son catedráticas, frente al 41,3% de titulares de escuela universitaria. En cambio, del total de profesores, hasta un 22,1% de varones son catedráticos de universidad. En cuanto a la proporción de mujeres que imparten clase en escuelas universitarias, el 33,8% son catedráticas de escuela universitaria o titulares de escuela universitaria, mientras que únicamente el 25,7% de los varones pertenece a estos cuerpos. El panorama es similar en otras instituciones de investigación, si bien los datos de los que se dispone son todavı́a insuficientes. En el Consejo Superior de Investigaciones Cientı́ficas, que empezó a publicar datos del personal desagregados por sexo en 2002, tras la creación de la Comisión Mujeres y Ciencia, el porcentaje de mujeres en la categorı́a de profesores de investigación era en 2006 del 20%. Por otra parte, según datos de las convocatorias 2002 a 2005 del programa de Contratos Ramón y Cajal, a las mujeres se les concedió un contrato en un porcentaje sorprendentemente inferior al de solicitantes, en relación con los varones. En los puestos y órganos directivos, las mujeres aún son más escasas: apenas 7 rectoras en las 77 universidades españolas y porcentajes mı́nimos en las reales academias nacionales. Por lo tanto, tan sólo una muy baja proporción de mujeres llega a los puestos jerárquicos más elevados en el profesorado universitario y las instituciones de investigación. Esta segregación vertical —esto es, la baja representación de las mujeres en los niveles jerárquicos y de poder— por supuesto no es exclusiva del ámbito cientı́fico, sino común a todos los sectores productivos, si bien en el ámbito de la investigación en ocasiones se ha puesto en discusión desde algunos sectores porque representa un ataque frontal al sistema meritocrático que, se presupone, subyace al sistema, y en el que encuentra legitimación. Pero para considerar el problema en toda su amplitud, es necesario analizar la segregación vertical en relación con la segregación horizontal (la feminización o la masculinización de áreas y sectores), la segunda gran vertiente de la desigualdad entre mujeres y varones en el ámbito del trabajo. Si se analiza la distribución de las mujeres por ramas de ARTICLE IN PRESS